La entrada de hoy está dedicada a mi viaje a Madrid, que fue hace ya más de un mes y medio. Pero creo que merece su propia sección.
Arribando a la capital española
En nuestro capítulo anterior, había comentado brevemente las circunstancias de la víspera de mi viaje a Madrid. Era un viernes, y ese día me vi envuelto en el tormentoso final de mis relaciones diplomáticas con mi anterior arrendataria de habitación, cosa que culminó en mi desplazamiento forzado junto con mis bártulos a casa de Olga, mi nueva compañera de piso. Esa misma noche tenía una cena con la gente de la empresa, que a su vez desembocó en una gran noche de juerga, que acabó muy tarde (o muy temprano). Lo cierto es que tras una única hora de sueño, salí apurado y aún bastante beodo al aeropuerto del Prat de Llobregat. La comunicación eficaz con el aeropuerto mediante un combo metro-tren está deteriorada por las obras del AVE (tren de Alta Velocidad Español), que para llegar a Barcelona debe hacerlo bajo tierra, y cada vez que excavan un tunel nuevo debajo de esta pobre ciudad se hunden barrios enteros. Así que llegar al aeropuerto me tomó más tiempo del que esperaba, y cuando llegué a solo quince minutos de que saliera mi vuelo, el señor del check-in me dijo que ya no podía embarcar. Al ver mi cara de consternación (no era tanta, pero el look demacrado post-jarana ayudó bastante), y antes de decirme nada, hizo un par de consultas a su compu, y me dio un ticket de embarque para el vuelo siguiente.
Así que logré subirme a un avión, y pese a lo que me gusta volar y ver el mundo desde arriba como si estuviera mirando el WorldWind o el GoogleEarth, me quedé dormido todo el viaje como si fuera el trayecto matutino de metro. Por suerte estaba nublado, así que tampoco había mucho para ver. Y al llegar a Madrid, llovía...
Madrid

Así llegué hasta el centro histórico de Madrid, la Puerta del Sol (el km 0 de las carreteras nacionales), muy cerca de donde está la Plaza Mayor, que se ve en la primera foto. Allí está ubicada, entre otras cosas, la secretaría de turismo, en donde fui a pedir una lista de albergues, porque no había podido reservar desde Barcelona.
Tras un par de intentos sin éxito, finalmente conseguí sitio en un albergue simpático por 15 € la noche (Bed & Breakfast). Allí conocí a un austríaco que estaba unos días en Madrid como escala de su viaje de regreso desde la patagonia de Chile, y con el que hicimos una cena temprana (o almuerzo tardío) y dimos una vuelta. Luego, sin más ceremonias, me fui a dormir como un tronco.

A la mañana siguiente me levanté, y me fui a recorrer la ciudad. Estaba bastante fresco, pero había un solcito agradable que prometía. Salí para el lado donde está el Palacio Real y los Jardines de Oriente. Allí pude comprobar que Madrid es una ciudad muy dada a la escultura, con numerosas estatuas de diversos personajes de la historia occidental ibérica (supongo). La segunda foto es un reflejo de algunas de las estatuas que me gustaron. Tengan en cuenta que historia del arte es una materia ausente en mi currículum, y que mis capacidades de apreciación artística son por tanto limitadas a "qué cara que tiene el tipo este", "qué bien que está representada la ropa, parece una buena miniatura", o "que cacho de armadura".

Lo cierto es que también hacía un frío bastante espeso, por lo que decidí moverme hacia otro de los eventos típicos de la capital española: el mega-mercadillo del Rastro. Así que me busqué la parada más cercana del metro, y me fui hasta una de las estaciones que mencionaba mi guía plegable.

Cuando bajé del metro (o mejor dicho, subí), no vi el sitio inmediatamente. Pero no era dificil, simplemente seguir a la gente, no? Eso siempre funciona, y esta vez también.
El Rastro resultó ser una especie de mercadillo gigante, con todo lo que venden en los mercadillos españoles. O sea, en su mayor parte, ropa, baratijas varias, y etcétera. Sin embargo, luego de recorrer un rato entre las calles laterales, empezaron a aparecer gente vendiendo porquerías de lo más variadas (y antiguas): pedazos de artículos domésticos antiguos al mejor estilo San Telmo, libros del tiempo de María Castaña (Augusto, eso para vos), perfumes truchos, y un amplísimo etcétera. Finalmente, logré dar también con la zona donde se reunen los niños a cambiar figuritas, los viejos filatelistas y numismáticos, y como no, los frikis con sus cartas Magic en cuidados álbumes.

Acá a la vuelta del Oso me encontré con un Corte Inglés, y sin poder contener lo cholulo que todos llevamos dentro, me metí para hacer turismo de shopping (como si no fueran iguales en toda España). En realidad, lo cierto es que los Corte Inglés suelen estar abiertos los domingos e incluyen supermercados, y esa es la verdad de la milanesa. Así que adquirí ahímismo el almuerzo y la cena, y de paso, me compré un librín de Terry Pratchet para amenizar las esperas aeroportuarias en el viaje de vuelta y los tiempos en el baño durante el nº 2.

El resto de la tarde lo dediqué a hacer recorridos monumentales. Así, por ejemplo, saqué una foto a la estatua de La Cibeles, símbolo de Madrid (una vez más, apelo a la curiosidad de los lectores para que indaguen acerca de esta bella dama que recuerda a la Bruja Blanca de Narnia y nos cuenten lo que averiguen como comentario). La estatua, como todo símbolo central europeo que se precie, se encuentra en el centro de una rotonda de varios carriles que es recorrida por cientos de autos por minuto, y que convierte en un verdadero desafío el apreciarlas en primera persona. Por suerte mi cámara tiene un zoom decente, y pude admirar la estatua cuando volví a casa y descargué la foto.


Quedan muchas fotos sin mostrar en el blog, y muchas más por sacar en este corto viaje a Madrid. Cuyo objetivo, por cierto, era ir a la embajada estadounidense para tramitar una visa de visitante que me permitiría hacer el viaje que es el tema de la próxima entrada del Blog. Como en las películas malas y en los libros en las que se las dan de listos, ya es obvio que el resultado del trámite fue exitoso.

Como últimas fotos, les dejo una que saqué al atardecer desde el Palacio de Cristal, un gran invernadero de estilo victoriano construido en los Jardines del Retiro, una especie de Palermo madrileño (digo yo, por qué será esa manía de comparar todo con un equivalente argentino?). Un sitio bonito, con lago artificial, unos cipreses que no lo son, y tradicionales aves anátidas (patos, bah).
La otra foto que queda cerrando este viaje es de una estatua que de algún modo sabía que terminaría por encontrar, y que pude reconocer incluso antes de distinguir la placa denominativa:

Bueno, espero que les haya gustado este breve paseo por Madrid. Hay más fotos, algunas las pondré en el otro blog (el de fotos), y otras quedarán para esas largas tardes en las que nadie hace tiempo a encontrar una excusa para no quedarse a "mirar las fotos de mi compu".
Ya saben que pueden dejar comentarios, para saludar, repudiar, corregir o aportar sus propias experiencias. Pero por sobre todo, para hacer acto de presencia, y darme ánimos (y meter presión) para que le ponga un poco más de periodicidad a este blog.