domingo, julio 08, 2007

Frodo

Esta es una entrada obituaria. Creo que es mi primer escrito de este tipo, y me apena mucho tener que haberla escrito, pero por otro lado, sabía que tarde o temprano me iba a tocar. Es para recordar y despedir a Frodo, nuestro gato primogenito, que se vino con nosotros desde Buenos Aires a Bariloche, aprendió con nosotros de su invierno y su verano, se subió a sus árboles, y nos acompañó a lo largo de toda una adolescencia. A mí, a Male y Celes, a varias generaciones de felinos que vinieron después, y también a muchos de nuestros amigos que lo conocieron.

Tras una vida larga, ociosa, y quiero creer que feliz, y con más de 17 años cumplidos -aunque nunca sabremos exactamente cuantos-, Frodo falleció el 23 de junio de 2007, una mañana de sábado. Simplemente, cuando iba a subirse a la cama de mamá para darle los buenos días como venía haciendo desde hace años, su cuerpo le dijo basta, y la vida le bajó el telón al corazón. Exhaló su ultimo suspiro de despedida en brazos de mamá, y ella despues lo acomodó en la palangana donde acostumbraba reposar en los últimos años. Es quizás la manera de irse que a muchos nos gustaría, simplemente cerrar los ojos y dejarse ir.

A dónde es ya problema de filósofos y religiosos. Y de última, al que más le interesa es al que se acaba de ir. A nosotros, nos queda la congoja muda de algo que no es tragedia, y sin embargo causa honda tristeza. Para algunos, es el espacio vacío de un compañero de hogar, una ausencia que muerde el alma cuando una multitud de pequeños actos cotidianos quedan sin hacer, porque su autor ahora recorre otros parajes. Para otros, es la pena, asumida pero no por eso reducida, de saber que esta vez vamos a volver a casa y va a faltar alguien que siempre había estado. Y para otros, el reflejo de la tristeza por la partida de otro ser querido.


Un gato porteño


Frodo nació en Buenos Aires, allá por el año 90. Mamá trabajaba en el INTI y yo jugaba a hacer radio en el San Martín, una Hora del Chicle los sábados a la mañana, para luego ir a ver si podías terminar el fichín de las Tortugas Ninja con menos de tres fichas. Llegó primero al laboratorio de Corrosiones Industriales, rescatado de muy chico de un destino incierto (o de una certidumbre un tanto prematura). La primera vez que lo vi fue en un cuartito de ese edificio, con un plato de leche y unas bolitas de papel que le habían dado para que juegue. Era un gatito salvaje y travieso.

Ante la amenaza de desalojo, logramos que mamá lo llevara a casa, el departamento en el monoblock del Barrio General San Martín (Perón lo hizo?). Y fue nuestro primer gato, mi primer gato desde un intento fallido cuando todavía era muy chico, tenía pelusa amarilla en la cabeza y jugaba en el balcón de un octavo piso en Villa Crespo. Frodo fue el nombre que elegí para él, y ese fue el nombre por el que fue conocido desde entonces (y Peter Jackson había filmado Mal Gusto hacía apenas 3 años).

Con Frodo vinieron muchas cosas a nuestras vidas. La vivacidad de un gatito hiperactivo, que molestaba tanto que lo encerraban en mi habitación-balcón toda la noche, donde insistia en morderme mientras dormía; la novedad de las tiñas, simpáticos excemas fúngicos que decoraron de anillitos con relieve nuestras pieles; pulgas, que se reunian a la sombra del collar de goma rosada para tomar el té... y también se fueron cosas, como nuestro hamster, que tras haber sobrevivido a varios intentos de fuga anteriores finalmente tuvo el mal tino de escabullirse de su jaula cuando estaba solo con el cazador oculto.

Así paso la infancia de Frodo, entre emociones y sueño, mordiendome por las mañanas, arañando y haciendo pis, trepándose a los eucaliptos del barrio para huir del doberman del viejo de la planta baja... y también conoció las emociones del mar y de la arena en Villa Gesel, de donde trajo muchos recuerdos... y pulgas, claro.

Tiempo de cambios

El año 92 fue un año de cambios para todos. Toda mi familia se mudó, unos a Bariloche y otros allende los mares a España. Yo me quedé, y Frodo conmigo, y vino la abuela Chicha a quedarse con nosotros. Yo empecé la secundaria y aprendí a jugar rol, a hacer política y a que me gustaba la biología (y a estudiar, bueno, un poco). Ese invierno, mudamos a Frodo a Bariloche. En el Taunus de David, Santiago y yo logramos sobrevivir a un viaje al sur con un gato semi-tranquilizado con dosis familiares de Acedán, que conoció la nieve cuando tuvimos que parar el coche en la cuesta de Collón Cura para ponerle las cadenas a las ruedas.

Ocho meses más tarde, seguí a Frodo rumbo al sur. Cuando llegué, encontré que tenía una nueva compañía: Morgana habia llegado a casa, desde su cuna excelsa, mientras yo estaba en la capital. Nuestros dos gatos de departamento compartieron con nosotros las experiencias que pasamos en ese piso de 20 de Febrero y Juramento, frente al Club Andino; un departamento que dejó marca en mucha gente, incluso después de que nos mudaramos a los Kilómetros. Pero eso es material para otra entrada...

En la casa de San Ignacio del Cerro, Frodo descubrió la novedad de tener patio... Aunque nunca dejó de hacer pis en sus piedritas, que tuvo que compartir con una comunidad felina que fue en aumento. Anécdotas de Frodo subido a árboles hay por doquier. Más de una vez tuve que subirme a buscarlo, otras veces fue mamá... al final ya sabíamos que no hay que intentar sostener al gato como un niño mientras se desciende, porque eso significa perder la piel a tiras. Por el contrario, hay que agarrar al felino del pellejo de la espalda, y usarlo como si fuera un crampón... después de todo, el gato no se cae, a lo sumo se cae el rescatista. Nunca sabré como quedo el pobre bombero que lo bajó en cierta ocasión...

El patriarca

Con el paso de los años, y la llegada de nuevos compañeros de casa, Frodo adoptó su personalidad de patriarca con el que la mayoría llegó a conocerlo: gordito, no demasiado activo, gruñón y autoritario, se ocupó de mantener sus hábitos y costumbres le pese a quien le pese, sea gato o humano. Durmió muchos años conmigo en mi cama, y toda la vida gruñó, arañó y mordió cuando intentaba acomodarme un poco por debajo.

Frodo vio llegar e irse a muchos gatos y un perro en casa. Fluz, Luke, Legolas y Quica fueron algunos de los que llegaron a ser parte de casa por un tiempo, y luego partieron por su cuenta. De Azrael y Bilbo nos quedó un recuerdo más triste, porque se fueron antes de tiempo. Pero Frodo siempre mantuvo su trono como el rey de la casa, cobijando o repudiando a otros según le pintara mejor.

La partida

Y al final los que nos fuimos yendo de casa fuimos nosotros: Malena, Celeste, y yo. Y aunque la casa fue cambiando, creo que los tres siempre tuvimos la sensación de que era un lugar al que se podía volver y encontrar las cosas de nuestra adolescencia. Ahora sabemos que no es posible, y que el único refugio seguro para el pasado está en la memoria. Ahora volveremos a una casa en la que Frodo ya no va a estar, y eso siempre tañe una cuerda triste en el alma.

Y en cuanto a Frodo... bueno, como dije, creo que fue un gato feliz, que pasó por una vida larga y diversa en su juventud, y tuvo una vejez tranquila y sosegada, puntuada cada tanto por un estallido de energía. Vivió bien, y murió bien, y es en el fondo lo mejor que le puede pasar a cualquiera. La penita no es por él, es por nosotros que lo extrañaremos, y por nuestros otros felinos, que seguramente sienten su ausencia sin terminar de entender qué es lo que pasó; en especial Padme, Leia y Morgana, las otras chicas de la casa.

17 años es mucho tiempo. Y 17 años de recuerdos son mucha nostalgia. Y la partida es agridulce, mezcladas la tristeza de saber que no lo volveremos a abrazar, con la alegría de haber compartido la vida con él. Buen viaje, Frodo, donde sea que vayan los gatos que se aburrieron de disfrutar de la simplicidad de la vida.