jueves, diciembre 01, 2005

Arribo a la Ciudad Condal

Tras 5 días de arribado a la capital catalana, es un buen momento para hacer un pequeño racconto de los últimos días porteños y los primeros días por aquí.

Calurosa despedida

No sé hasta que punto influye el calentamiento global y cuando entran mis propias percepciones al respecto, pero lo cierto es que Buenos Aires ya está demasiado cálida para mi gusto en noviembre. Pasé unos días muy agradables paseando de una punta a la otra de la capital porteña, viendo diversas personas, en fin, unas vacaciones sociales. Despedí el jueves a Marina en Ezeiza y luego fui despedido por mis hermanas el sábado siguiente.

Tras hacer no menos de cinco colas distintas en el aeropuerto (llegué con más de dos horas y media de tiempo, y para cuando terminé todos los trámites ya estaban embarcando, así que imaginense qué divertido), finalmente logré sentarme en el fondo del avión, solo con dos asientos, y una agradable vista para ambos lados (ventanilla a mi izquierda, y dos chicas muy monas en las otras dos filas del avión).

Cruzando el océano nuevamente

No mucha gente comparte esto conmigo, pero para mi no hay sensación como la de volar. Sobre todo al despegar, y cuando hay algo de turbulencia (sin exagerar, eh): es la misma sensación de cosquillas abdominales que dan los toboganes, el subibaja y los descensos con el coche a alta velocidad en una calle asfaltada y lomaditas.
Tras un corto viaje de solo 12 horas, no demasiado cómodas pero tampoco terribles, y un ritmo de comidas un tanto desconcertante, llegamos por la madrugada a Barcelona. El avión tocó tierra en uno de los aterrizajes más suaves que recuerdo, y pronto estábamos camino al sector de recuperación de equipajes, donde nos pasamos un buen rato esperando, puesto que se les trabó la puerta del compartimento de carga y no podían abrirla para rescatar nuestras cosas.

Y para mi alegría, allí estaba Pablito, esperándome :)
Así que fuimos para su piso, en el cosmopolita Barrio de Gracia, y tras desayunar copiosamente, dormimos una buena siesta, mientras intentaa ajustar mi reloj biológico a las nuevas condiciones.

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